A través de registros históricos y de numerosos hallazgos arqueológicos, se sabe que nuestros antepasados concedían extraordinaria importancia a la determinación de ciertas energías, ligadas a determinados puntos de la tierra. Como ya se mencionó, la ubicación de santuarios y templos, el asentamiento de las ciudades, la orientación de los mismos, las rutas de peregrinación, etc., tienen mucho que ver con la existencia y consideración de esas energías. A esta energía se le ha denominado genéricamente Energía Telúrica.
Los antiguos consideraban que la tierra era un ser vivo y, como tal, tenía un sistema nervioso relacionado con su campo magnético, con nodos de potencia semejante a los puntos de acupuntura en el cuerpo humano. Estas líneas que corren de nodo a nodo, aparentemente estaban implicadas con una fuerza que se simbolizaba con una serpiente o un dragón. Los chinos llamaban a estas líneas, que corrían en forma invisible sobre toda la superficie terrestre, líneas de corriente dragón o " Venas del Dragón". Dividían esas líneas de corriente dragón en dos clases, negativas y positivas, o yin y yang, que eran representadas por un tigre blanco y un dragón azul, símbolos semejantes al jaguar y a la serpiente emplumada, Quetzalcoalt, de los Mayas y Aztecas.
El yang, o corriente masculina, se pensaba que corría a lo largo de cadenas montañosas, colinas y terreno accidentado. Cerca de fallas geológicas o de volcanes, esta corriente se vuelve particularmente agitada. El yin, o corriente femenina, estaría en los terrenos planos, valles, ríos y canales subterráneos. Estas fuerzas, yin-yang, eran símbolos de las fuerzas cósmicas y telúricas, que al unirse se convertían en creativas, tales como "los rayos del Sol preñando a la Madre Tierra".
Los antiguos concibieron también que el poder dragón podía ser curativo, vigorizante y dilatador de la conciencia. Un poder que, a medida que pasaba en líneas rectas a través del campo, llevaba consigo una estela de los poderes fertilizantes vitales.